Los libros, las películas, las
historias en general, son una fuente de inspiración inagotable para
los creadores de muñecos. El muñeco es la encarnación de un
personaje que evoca, a su vez, toda una historia, o más
sencillamente un ambiente, una atmósfera. Qué niño no ha deseado
con todas sus fuerzas tener un cervatillo de peluche (a falta de uno
de verdad) al que abrazar después de leer Bambi: su propio Bambi,
con quien recordar los rincones del bosque y sentir, como sintió
durante la lectura, que ese personaje es su amigo, que sería su
amigo si se hubieran conocido en el mundo real.
Es curioso que la corriente de
inspiración entre libros y juguetes funciona en las dos direcciones:
el osito que el pequeño Christopher Robin llevaba consigo a todas
partes se convirtió en el protagonista de los cuentos de
Winnie-the-Pooh, y nuestra admirada Lalylala inventa historias
encantadoras para acompañar a sus muñecas cuando las ofrece al
mundo.
De maneras mucho más indirectas y
mucho menos ambiciosas, los libros que me rodean tantas horas al día
también han influido en las muñecas que he ido tejiendo en el
último año. Ejemplo: Witika.
Esta muñeca comenzó de la clásica
manera “tengo estas lanas por ahí, a ver qué sale”. Dado que
las lanas eran roja y marrón, salió, naturalmente, una niña negra
vestida de rojo. Y mientras la tejía, todos los días colocaba en su
sitio este álbum sobre una niña africana, ilustrado con acuarelas
llenas de colores cálidos. Cuando terminé la muñeca, con sus
bucles muy rizados, tenía claro que solo podía llamarse Witika.
Otra manera en que los libros pueden
servir de inspiración: recordándonos la belleza de las palabras.
Los libros de Karen de Lisbeth Slegers me recordaron lo bonito que me
había parecido siempre el sonido de ese nombre; así pues, mientras
mi segunda muñeca tomaba forma, decidí que se llamaría Karen.
(Esta serie de libros se ha adaptado al español como Laura...
¿Deberé tejer una Laura?).
Después de Karen tenía muchas ganas
de tejer un marinerito, y así lo hice. Hay una fascinación en la
idea del mar y los marineros, y quise que el nombre del muñeco
tuviera que ver con esa idea. Enseguida me acordé de La balada del
viejo marinero, y por eso el muñeco se llama Sam: por Samuel Taylor
Colerigde, el autor de ese poema. El hecho de que la relación entre
el nombre y el mar sea tan rebuscada me parece que lo hace más
divertido... o quizá debí haberle llamado Ismael, como el narrador de Moby-Dick.
Los tres con sus libros respectivos.
Aunque la influencia de la palabra escrita sobre estos muñecos no
sea muy evidente, para mí ha sido una parte preciosa del proceso de
crearlos.
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